Nada más agradable que poder compartir una conversación donde se entremezclan temas de las más variadas clases, las risas, las preocupaciones, el cariño, en fin, todo lo que hace que ese día particularmente te genere felicidad, alegría y confort.
Hablaba con un amigo residenciado en otro país, con el que compartía parte del día a día gracias a las nuevas tecnologías que te permiten dar ese salto enorme que te separa de las personas que amas y que de alguna manera compensan, las distancias, las ausencias y por qué no decirlo: la soledad con la que de alguna manera compartes tu cotidianidad.
En este sentido, un detalle curioso y verdaderamente innovador me hizo reflexionar sobre la soledad, la comunicación y en la razón del por qué día a día, esa cálida humanidad que nos diferencia de “otros seres vivientes” se ha ido diluyendo en medio de toda la velocidad que ha adquirido lo que solemos llamar la vida diaria.
Me contaba mi querido amigo que hacía unos días se había descompuesto su
lavadora y sin posibilidades de reparación; por lo que tuvo que comprar una nueva lavadora, pensé para mis adentros, en la buena fortuna de mi amigo, que podía hacer ese cambio y paralelamente unas estrofas de un libro que leí hace muchos años atrás de Leo Felice Buscaglia. Un escritor que siempre he considerado una inspiración para mí.
Lo cierto es que entre una y otra implicación del tema, me narró que en la actualidad, mucha gente ya no compraba lavadoras porque existía un servicio de lavandería donde se iba y todo estaba automatizado, se podía dejar la ropa sin necesidad de que hubiese alguien a cargo ya que las máquinas trabajaban solas y la apertura y cierre del local se hacía automáticamente sin la intervención de ningún ser humano. “Chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu” me decía y – a las diez de la noche el local se cierra bajando automáticamente sus puertas. Me dijo – “Son lugares solos y fíjate que ahora las personas de la tercera edad no se ocupan de las lavadoras porque están estos sitios donde la colada es totalmente automática. Vas a una máquina donde metes un billete y te da el cambio para que puedas operar la máquina donde eliges las opciones, colada, lavada, suavizante, en fin todo y chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu, se cierra sola a las diez de la noche.
Mi pesada capacidad de añorar, justificar e intentar actuar sobre la base de la importancia del contacto humano, me hizo alejar rápidamente, como por un agujero negro, a las riberas de un rio donde animosamente, las mujeres en su sempiterna doble jornada, lavaban en la piedra sus telas y ropas que brillaban a la luz del sol, las charlas y risas, los chismes, el comentario de la cotidianidad del pueblo, los amores y asuntos propios de la aldea. En fin, todo un retroceso antropológico y toda una reflexión acerca de las cosas valiosas que estamos perdiendo.
Con la misma velocidad, o por el mismo agujero negro, volví a la conversación “person to person” a través del “videófono” de los Supersónicos, sintiendo como me desmaterializaba en una suerte de sentimiento de pérdida. Quizás no era yo quien se desmaterializaba sino, las tradiciones, la comunicación, el cálido contacto humano, esa fuerza que nos ha hecho crecer desde los petroglifos el Quipus, los tambores y señales de humo, hasta el alfabeto, todas ellas formas de comunicación cargadas de la química humana, del sentido humano sin distinción del mensaje, de ese querer trasladar al otro la palabra, el afecto y el sentido de reconocimiento y retribución del contacto.
Pensé “Tienes que rencontrarte con lo que más te gusta de ti y no abandonarte” y casi al mismo tiempo de mis labios salió la misma frase pero con distinta persona…
“Tenemos que rencontrarnos con lo que más nos gusta de nosotros y no abandonarnos.”
Que descansen…
Elio Montiel
http://pildoraspdcm.blogspot.com/2017/09/sobre-lavadoras-quipus-y-humanidad.html