En estos días conversaba con una amiga a través del “chat” (en clave de “Star Wars” para no decir los” Supersónicos”), sobre diferentes tópicos asociados a nuestro trabajo y actividades, que como ya se ha hecho común; se han visto muy afectadas por estos días cargados de aciagos momentos de desesperanza, incertidumbre y frustración.
Lo cierto es que con el desarrollo de la conversación, cada quien a su libre criterio exponía su opinión puesta a salvo por la amistad y el respeto que sentimos el uno por el otro (algo que prácticamente ha caído en extinción).
Pasado un rato, le hablé sobre un proyecto de interés colectivo que me habían encomendado, el cual ya tenía bastante avanzado y que indistintamente de las opciones e intereses que existieran detrás, era algo de importancia capital para el desarrollo de nuestros jóvenes y niños; algo que es profundamente importante para mí porque me permite aportar un grano de arena en toda pasibilidad de rescate de una sociedad que parece perderse cada día, pero sobre todo sin dejar que intereses mezquinos se aprovecharan como suelen hacerlo para hacerse propaganda, simple y pobre propaganda…
Mi amiga estuvo de acuerdo y añadió que estos «figurantes» generalmente no tenían el menor sentido de pertenencia y mucho menos debían tener ventaja en impedir la «transformación del pueblo”.
En ese momento, se agolparon buscando espacio en mi cabeza los recuerdos de aquella clase donde me explicaron la indiscutible diferencia entre Nación, País, Estado, Gobierno; cuando súbitamente el tomo I de la enciclopedia de la Real Academia de la Lengua comenzó a mirarme desde el estante imaginario de ese pasado en el que la educación cívica entraba de la mano de mi inquisitivo Profesor Víctor Hugo, el mismo que en su conocedora sapiencia de la Geografía Universal, solía iniciar su clase dibujando de memoria los mapas donde con sus tizas de colores y largos diálogos sobre las guerras, las conquistas, los grandes imperios y los héroes de la historia iba describiendo la geografía del mapa de turno.
En ese paisaje instantáneo de la memoria, un sabor amargo se apoderó de mi boca, sin entender por qué, cuando mecánicamente estalló en mi, una respuesta que quería crecer y crecer a medida que la iba escribiendo (recuerden que estaba en el chat).
Recuerdo que dije: “eso de pueblo me suena a miseria… Ese manejo ignorante y prejuiciado de la palabra me hiere la piel. Somos una Nación… el cual es un concepto más identitario, unificador y amplio, vibrante y que abraza toda la geografía, nuestras múltiples y diversas formas de ser, nuestra propiedad y territorio nuestro gentilicio y pasión. Eso es lo que nos han querido hacer olvidar, ese romance hermoso con todo lo que somos con la intención de reducir nuestra grandeza, porque cada individuo en esta Nación que somos, es Grande y Maravilloso. Pueblo me suena amargo, me suena a que somos el desperdicio que todo el mundo aprovecha ganando ventaja de nuestra nobleza. Los mismos a quienes les importa más sus bolsillos y un “carajo” todo el valor que poseemos, porque saben de nuestra grandeza inconveniente para sus propósitos nefastos, desnudos de amor, vestidos de interés y de grosera desfachatez y oportunismo, Esos que no nos merecen, que no merecen a nuestros hijos ni a nuestros ancestros porque los han ofendido y despreciado. Por eso mi interés en que la gente aprenda más y más, sea el amo de su vida, y aunque ningún aprendizaje es suave, el dolor es lo que nos hace fuertes y mejores. Por eso somos una gran Nación, un arcoíris lleno de luz y belleza, un sagrado Corcel que debemos aprender a controlar y defender de sus propios bríos y si tengo la oportunidad de cabalgarlo, impediré que los que habitan los infiernos lo destruyan. Esa es mi nación… ese es el País que amo y amaré hasta que muera… En ese momento no hubo más respuestas en el chat
No era mi interés dejar en silencio a mi amiga con ese arrebato, pero lo cierto es que esa noche dormí tranquilo, sin temores y sueños de orgullo…
Que descansen